Recuerdo un día que en clase nos preguntó nuestra tutora qué queríamos ser de mayor; íbamos contestando de uno en uno; veterinario, astronauta, futbolista... Llegó mi turno y me preguntaron " Y tú, Esther, ¿qué quieres ser de mayor?"; "MAMÁ", contesté, rápidamente, muy orgullosa, porque se tienden a intentar repetir patrones y es lo que yo tenía a mi alcance, lo que veía en casa, a una madre de cuatro hijas que hacía castillos en el aire para poder prestarnos atención a todas, cuadrar los horarios de clases, deporte, extraescolares, cuidar de mi abuela y estar pendiente de mi padre. ¿Y eso quién lo hace? Una MAMÁ, de las de mayúsculas. Bien, yo quería ser lo mismo que la mía. Aún recuerdo la sorpresa de la profesora, la risa que le provocó; tendríamos, no sé, siete u ocho años, eso no lo puedo afirmar con seguridad, pero sí recuerdo el momento.
Y aquí estoy, un montón de años después, pensando en ello, en que sí, cumplí ese objetivo, soy mamá. Porque mi hijo no tiene otra persona que le haya tenido en su vientre mas que yo, su mamá. Qué cruel es la naturaleza. ¿Cómo es posible que el útero, el que da la vida, sea también en el que la quita? La doble cara de la moneda: vida por una, muerte por la otra. Sí, todos sabemos que vamos a morir, pero esperas morir de viejito, no de un accidente de tráfico con 18, no de un cáncer terminal con 32, no de un infarto a los 40, e intentas cuidarte, ahora que lo healthy está tan de moda, y aun así de vez en cuando te llega una noticia de alguien cercano que te dice "mira lo que le ha pasado a...." y te parece increíble, inadmisible que hoy día con tanta tecnología esto no se pueda evitar. Hay avances, sí, y muchísimos, mil cosas que se pueden solucionar a tiempo y otras, que son irreversibles. ¿Cómo se puede masticar que un bebé fallezca? Y lo sabemos. 1 de cada 4 embarazos no llega a término, bien sea por un aborto espontáneo, legrado, muerte por causas naturales, desprendimiento de placenta.... El motivo queda en un segundo plano. Digerir que tu hijo ha muerto antes de nacer es un golpe durísimo. Convivir con la culpa, la duda, el miedo, la pena, la ira, la rabia, caaaada día, hace que te caigas constantemente. Un día estás terminando de preparar su habitación, acariciándote la barriga, hablándole, cantándole, soñando despierta con el momento en que lo tendrás entre tus brazos, y en cuestión de minutos te están explicando que tienes que parir a tu hijo sin vida, preguntándote si vas a querer verlo, si querrás enterrarlo o incinerarlo. Los protocolos son los que son, pero un corazón destrozado no entiende de papeleo ni pautas. Tu pecho rebosante no sabe que ya no hay bebé, que se fue al cielo. Tienes que tomar unas pastillas que corten la subida de la leche (si tienes suerte y lo consigues a la primera), porque la naturaleza asocia el parto a la leche, porque el cuerpo femenino es un engranaje misterioso, una cadena que se pone a funcionar de una manera lógica, casi siempre.
Regresar a tu casa después de la hospitalización, completamente desorientada, es devastador; encontrarte con el vecino que te mira la barriga y te pregunta si has tenido al niño cuando casi no puedes responder, porque no sabes hacerlo y porque lo único que deseas con todas tus fuerzas es que que pase ya esta pesadilla interminable, te den a tu bebé vivo y te lo pongan en brazos; que esas paredes que antes te acogían ahora te asfixian, y esa habitación preciosa que habéis estado decorando con tanto mimo y tanto amor, la cunita preparada con sus sabanitas, el cambiador, los pañales.... todo, absolutamente todo, tiene un dueño que no va a llegar a utilizar. Todos los regalitos de las personas que os rodean, que tenían ganas de que naciese, ahora los tienes que recoger y guardar, y no tienes fuerza de hacerlo. Tu alma resquebrajada y tu cuerpo agotado quieren la recompensa de sentir la piel de tu hijo, calentita, y empaparse de amor, no deshacerse en un mar de lágrimas. Lo que antes era tu hogar ahora es una cárcel y a pesar de todo, no quieres salir de ahí y afrontar la calle, el ruido, los carritos de bebé, las madres y padres sonrientes con sus hijos sanos, jugando, riendo.
Y van pasando los días, intentando mentalizarte y asumir que tu hijo está y estará, pero será en el cielo, en tu mente, en tus recuerdos, en las ecografías que guardas, en el libro de embarazo que empezaste a escribir para enseñárselo cuando fuese mayor, en esa cicatriz que tienes a la altura de la línea del bikini, pero físicamente no va a estar. Y es durante todo ese proceso cuando la gente por miedo a que te pongas triste comienza a dejar de hablar de él, y tú rabias y te entristeces, porque si tú hablas con orgullo de tu hijo - vivo - yo hablo con orgullo del mío -muerto -. A las cosas hay que llamarles por su nombre, y cuesta, mucho, dolor y lágrimas, mucha rabia, pero hay que integrar toda esa mierda e intentar adaptarla a la realidad, aunque no se tenga muy claro cuál es. Yo sigo hablando de mi hijo todo lo que puedo, es más, reivindico la memoria de mi hijo, comparto mi experiencia de la misma manera que otra madre o padre cuenta la suya.
Afortunadamente hay gente que te ACOMPAÑA. De verdad, si tenéis a alguien alrededor que esté en duelo por la muerte de un hijo, padre, hermano, abuelo... acompañadle, arropadle, transmitidle vuestro cariño, porque es lo único a lo que se puede aferrar para no derrumbarse.
Esta semana ha sido mi cumpleaños y me hicieron un regalo, qué decir, de los más bonitos que podría recibir en mi vida. Me advirtieron que me iba a remover, que me iba a emocionar y que si quería lo abriese en casa, sola, pero si algo he aprendido en estos meses es que hay que compartir cualquier tipo de emoción y sentimiento, y que si uno se siente como en casa es mucho más fácil dejarlos salir. Así que lo abrí y me emocioné, mucho. Ahí estaba el CERTIFICADO DE ESTRELLA de AGER, fruto del más absoluto amor y respeto. Una cajita preciosa, un marco con el certificado numerado, con las coordenadas de en qué lugar del cielo se encuentra, e información seleccionada sobre la estrella. Con las coordeandas la hemos podido ver en Google Sky, un poco lejos, difusa, pero nuestra. Ahora sí que tenemos nuestra estrella. Ya no miro al cielo en un acto desesperado de respirar algo más de oxígeno, ahora lo hago orgullosa porque ahí arriba está mi chico, rodeado de otro montonazo de estrellas y seguro que es feliz, y por ende nosotros, aita y ama en el cielo, intentamos serlo, a pesar de la ausencia.
Esta semana ha sido mi cumpleaños y me hicieron un regalo, qué decir, de los más bonitos que podría recibir en mi vida. Me advirtieron que me iba a remover, que me iba a emocionar y que si quería lo abriese en casa, sola, pero si algo he aprendido en estos meses es que hay que compartir cualquier tipo de emoción y sentimiento, y que si uno se siente como en casa es mucho más fácil dejarlos salir. Así que lo abrí y me emocioné, mucho. Ahí estaba el CERTIFICADO DE ESTRELLA de AGER, fruto del más absoluto amor y respeto. Una cajita preciosa, un marco con el certificado numerado, con las coordenadas de en qué lugar del cielo se encuentra, e información seleccionada sobre la estrella. Con las coordeandas la hemos podido ver en Google Sky, un poco lejos, difusa, pero nuestra. Ahora sí que tenemos nuestra estrella. Ya no miro al cielo en un acto desesperado de respirar algo más de oxígeno, ahora lo hago orgullosa porque ahí arriba está mi chico, rodeado de otro montonazo de estrellas y seguro que es feliz, y por ende nosotros, aita y ama en el cielo, intentamos serlo, a pesar de la ausencia.
Como dicen Rozalén y Bozzo, es el cielo ahora su casa.
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