Suena nuevamente esa melodía que me transporta a aquellos días de hace ahora casi tres años y noto frío en la piel. Noches de insomnio y de soledad profunda, de vacío, de incredulidad, negación, agotamiento emocional. Tres años de hace otra vida. Me pregunto cuántas vidas podrían caber en la trayectoria de una persona, porque yo siento haber tenido al menos cuatro o cinco, la más trasgresora, la que marcó un antes y un después de mi "yo" fue tras Ager. La inocencia de ese embarazo sin complicaciones que acabó con el peor de los finales, su muerte. Su ausencia.
Dicen que los recuerdos se van desdibujando con el paso del tiempo, y creo que es cierto. Hay cosas que no sé si sucedieron de verdad o los formó mi mente en base a mis deseos, a una falsa realidad. Y dudo, vaya si lo hago. Pero me anclo en el pasado, no me aferro a él más que para sentir, recordar, estremecerme y honrar, al fin y al cabo, y continúo con mi nueva vida, con esta que Ager me regaló. Dicen los médicos que si hubiera tardado unas pocas horas más en llegar al hospital hubiéramos fallecido los dos, de eso que llaman vulgarmente "muerte dulce". No me malinterpretéis, no narro esto buscando sensacionalismo barato, únicamente agradecer y vaciar; vaciar mi jarra emocional que se va llenando día tras día. Y especialmente agradecerle que me diera esta segunda oportunidad, en la que he tenido la suerte de poder concebir y parir a Hegoi sano; y recuperarme. Días de muchas horas de trabajo, de despertador temprano y fin tardío, de prisas. También de risas, de amor, de orgullo. Cuántas veces miro a Hegoi pronunciar sus sílabas, interactuar, jugar, gatear, ponerse de pie, mirarme con esos ojazos que son pura ternura y al mismo tiempo que me embarga la emoción positiva, plaf, noto de nuevo el frío acercándose a mi oído y susurrándome cómo sonaría la voz de Ager, cuánto mediría, si se seguirían pareciendo físicamente. Son tantas las veces que lo imagino cuando estoy con otros niños (¡niños, ya no bebés!) de su edad, aquellos que nacieron vivos y gozan de buena salud y continúan creciendo a nuestro alrededor. Pero Ager no. Duele. Ya no me duele que ellos estén y él ya no, simplemente me duele él.
Todo el día con la cabeza gacha hasta que el cielo cambia de color, aparecen las nubes, sopla el viento o se desvanece el sol, y en cada uno de esos instantes levanto la cabeza y te pienso; y siempre que te pienso, te siento. Marzo es un mes convulso, y conforme va avanzando van aflorando sentimientos que me parten en dos y que, al mismo tiempo, necesito sacar para que no ocupen tanto espacio y me dejen respirar(te) sin faltarme el aliento.
Tengo la certeza de que estás muy muy cerca, te imagino cuidándonos.
Un ser de luz que jamás se apagará en mi corazón.