Rememoro cada 30 de marzo casi sin esfuerzo. El primero, el más doloroso; sin duda, el peor día que puedo recordar. El frío de saberte sin vida, un parto con complicaciones, mascando la tragedia con la mandídula dormida por el shock; el dolor, la sangre, y ese peso en los hombros.
El siguiente coincidió con la pandemia, con el primer día que no podía ir a trabajar, y que tan bien me vino para poder conectar contigo. No salí de tu habitación en todo el día, como si tu alma vagara por ella y ahí pudiera rozar tu piel.
El año pasado decidí coger carretera hacia la costa e ir parando donde me apeteciera; buscaba ese mar Cantábrico, amplio y bravo en que perder la vista e imaginarte allí, al fondo, en el horizonte; lejos y al mismo tiempo, tan tan cerca. En la primera playa en que paré me senté en una roca, un saliente un poco más apartado, y me puse a escribirte. Hacía un día precioso y tu hermano estuvo muy tranquilo, pataleando con menos intensidad, respetando nuestro ritual, honrándote él también.
Mi idea para este año era moverme sin rumbo, un road trip en que solo estuviéramos tú y yo, porque si algo necesito en cada aniversario de tu muerte es aislarme durante unas horas, permanecer silente y en paz, y permitirme ese espacio para los dos. Sin embargo, sigo aprendiendo, sigo creciendo como ser y como madre y esta vez el ritual tuvo que ser distinto, porque materno a dos, y tu hermano también me necesita; también tu padre que está un poco pachuchete. Así que como jefa de mi manada os cuido a los tres lo mejor que puedo. Habrá ritual, sin duda, quizá el fin de semana lleve a Hegoi al cementerio, o simplemente le hable un poquito más de ti. Es muy emotivo ver cómo señala tu retrato en vuestra habitación, te señala con su dedito (algo que le ha enseñado aitite) y dice : nene. Ojalá abrazaros y jugar juntos; ojalá, quizá en otras vidas; mientras tanto nos conformaremos con tenerte presente y cuidar tu memoria siempre, que no es otra que la familiar, porque al fin y al cabo esta es nuestra historia.
“Pienso en mis hijos todos los días. Siempre he pensado en mis hijos todos los días. Que uno de ellos haya muerto no significa que piense menos en él. Todo lo contrario. Siento una necesidad perentoria de volverme hacia allí donde esté él. Es decir, hacia la muerte. Hacia el no-tiempo. Es decir, en la dirección opuesta, por decirlo de algún modo, del lugar donde se encuentran mis otros hijos: el tiempo cronológico.
Ya no hago distingos entre mis hijos. Quiero a todos por igual. Tener varios hijos te da automáticamente una sensación de amor democrático. Que uno de mis hijos esté muerto no significa que yo renuncie a ese amor democrático. Mi amor es el mismo. Mi amor siempre será el mismo.
Pienso en mi hijo muerto; su tiempo y su vida están incrustados en mí. Yo lo he parido. (…) Que nadie lo olvide. No mientras yo viva. Sigo protegiéndolo, sigo conociéndolo exactamente igual de bien que a mis hijos vivos.
Es una sensación muy física:
Él está dentro de mí.
Él está en mi cuerpo.
Llevo su ser dentro de mi cuerpo.
Como cuando estaba dentro de mi matriz.
Pero ahora llevo toda su vida.
Llevo toda su vida”.
(Si la muerte te quita algo, devuélvelo - Naja Marie Aidt)
Tres años oscuros, de bajos fondos, de resistencia y de camino hacia la transformación. Te amo tanto, hijo, te extrañamos tantísimo. Feliz cumpleaños, mi amor, felices tres, que disfrutes sino entre globos y caricias, sí entre nubes de algodón.